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“Es evidente que debemos hacer mucho más para mantener la salud, tanto la nuestra como la del planeta. La pandemia en curso no es más que un ejemplo. El aumento recurrente de las sequías, las inundaciones, los incendios forestales y las nuevas plagas es un recordatorio constante de que nuestro sistema alimentario está amenazado y debe ser más sostenible y resiliente”. Esta afirmación fue publicada en un documento de la Comisión Europea en marzo de 2020 para subrayar la urgencia de acelerar el cambio hacia dietas sostenibles en la Unión Europea. Pero, ¿qué es una dieta sostenible? A menudo, asociamos las dietas sostenibles a no comer carne, pero hay mucho más a tener en cuenta.
El consumo de carne y de productos de origen animal, como el queso, la mantequilla, los huevos o la leche, es fuente de los mayores impactos medioambientales en la industria alimentaria. Los productos animales consumen mucha energía y, además, para su producción se utilizan inmensas extensiones de tierra. No obstante, a pesar de estos datos, el debate sobre el consumo de carne no es el único que debemos plantear cuando hablamos de dietas sostenibles.
Una dieta respetuosa con el medio ambiente debe considerar todos los demás componentes que la hacen sostenible. Y debemos empezar por prestar atención al origen y a la estacionalidad de lo que comemos. Lo que hace que una dieta sea sostenible no es la toma de algunas decisiones de compra concretas positivas para el planeta -como no comer carne o comprar café orgánico-, sino el global de las decisiones que tomamos a la hora de diseñar nuestra dieta.
Basándome en esta idea, quise conocer cuántos impactos medioambientales pueden reducirse consumiendo diferentes tipos de dietas sostenibles. Esta fue la pregunta principal de la investigación que llevé a cabo en la Universidad de Estocolmo, centrándome en el caso de estudio sueco. El estudio abordó dos tipos de consumo principales: la renuncia a los productos cárnicos y el consumo de productos locales.
Cuando hablamos de impactos medioambientales, la variedad de impactos causados por el ciclo vital de un producto alimentario es numerosa. Según la literatura académica sobre la cuestión, los seis tipos de impactos más referenciados son: el uso de energía, la emisión de gases de efecto invernadero, el uso de la tierra, el potencial de daño de la biodiversidad, la acidificación y la eutrofización. Estos impactos son causados durante la producción del alimento, su transporte y almacenamiento.
Después de cruzar los datos de distintos estudios y de analizar con detalle sus resultados, cabe concluir que de las dietas sostenibles estudiadas, la que menos impactos medioambientales tiene es la vegana. El no consumo de productos de origen animal reduce drásticamente los impactos causados por nuestra dieta. A pesar de lo que se pueda pensar, aunque algunos productos de la dieta vegana sean importados de otros países, su coste medioambiental es menor que el consumo de productos locales de origen animal. Esto significa que comer queso de soja procedente de China tiene menos impacto que consumir queso de vaca casero.
No obstante, estas conclusiones solo son ciertas si la dieta es cien por cien vegana, es decir, si el consumidor adopta un modelo de consumo que prohíba los productos de origen animal. En cambio, si este modelo se adopta parcialmente, los impactos de la dieta cambian, lo que nos lleva a la segunda conclusión de la investigación. La dieta vegana produce casi el mismo nivel de impactos medioambientales que la dieta local saludable, incluyendo esta última el consumo moderado de carne. Pero, ¿por qué es así?
La cuestión no radica en la elección de un producto u otro, sino del global de elecciones que realizamos al diseñar nuestra dieta. Si eres vegano y comes queso de soya chino, tienes un impacto reducido en el cómputo global. Pero si eres vegetariano y, además de productos de origen animal, consumes productos importados como té, café, chocolate o frutos secos exóticos, el nivel de impactos producidos por tu dieta será similar al de una dieta omnívora saludable de productos locales.
En el caso estudiado, las dietas vegetarianas suelen incluir más alimentos producidos en el extranjero. Por ejemplo, la adopción de dietas sin carne requiere la sustitución de ésta por otros productos como bananas, frutos secos, soja, coco, aguacate y otros vegetales que no son locales ni de temporada, por lo que generan elevados impactos en los procesos de importación. Generan elevados costes energéticos para su transporte, almacenamiento y empaquetado, causando emisiones de gases de efecto invernadero. Para reducir estos impactos, es mejor adoptar una dieta de productos locales, incluyendo, por ejemplo, queso de vaca de la región. Esto significa que las dietas vegetarianas no son siempre más sostenibles que las omnívoras.
Por lo tanto, el debate sobre las dietas sostenibles no debe centrarse solo en el consumo de productos de origen animal, sino que debe poner también el foco en el dónde y cómo se producen los alimentos. El consumo de productos locales es importante para reducir los impactos medioambientales de la industria alimentaria. Primero, elimina el consumo de productos congelados, muy costosos en uso de energía, innecesarios si se consumen productos frescos. Además, la dieta local saludable reduce las distancias del transporte y las necesidades de almacenamiento. Finalmente, promueve el consumo de productos de temporada, puesto que solo se come aquello que está disponible en la región, reduciendo los costes de importación de productos de fuera de temporada de otras partes del planeta. Por todo ello, algunas dietas locales son equiparables, en términos de impacto medioambiental, a algunas dietas sin carne.
La próxima vez que vayan al supermercado, es interesante que se tengan en cuenta estas conclusiones. Ciertamente, no necesitamos comer carne cada día, podemos comprar productos orgánicos, pero también es importante que nos preguntemos cómo podemos reemplazar ciertos productos que consumimos por otros alimentos locales y de temporada. Debemos repensar la forma en la que consumimos, y eso empieza por nuestra dieta. Pequeñas decisiones pueden marcar la diferencia. Debemos prestar más atención a cómo y dónde se produce nuestra comida. Y es que, además, en estos momentos de incertidumbre económica, la compra de productos locales, al margen de reducir el impacto medioambiental, ayuda a asegurar un futuro para los productores locales.