‘Salvajes’: una pequeña fábula ecologista con grandes lecturas

Claude Barras, conocido por su virtuosismo con el stop-motion y sus historias para niños, con 'La vida de calabacín como máximo exponente', vuelve con esta película infantil de respeto a la naturaleza con muchas lecturas.
‘Salvajes’: una pequeña fábula ecologista con grandes lecturas
Foto: fotograma de ‘Salvajes’.

Salvajes (2024), dirigida por Claude Barras, es la historia de Keria, una niña mestiza que vive en el límite de la selva de la isla de Borneo, donde su padre trabaja en una plantación de palma aceitera. Allí rescata a un bebé orangután que acaba de quedarse huérfano. Junto a su primo Selaï descubrirá también que los dramas de los adultos les afectan más de lo que creen y que deberán tomar parte en ellos si desean que todo lo que aman siga existiendo.

El suizo Claude Barras es conocido por su virtuosismo con el stop-motion y sus historias para niños, con La vida de calabacín (2016) como máximo exponente. En Salvajes no decepciona con unos personajes monísimos y expresivos que, además, no tratan a los espectadores infantiles como a tontos y tienen un desarrollo más o menos verosímil dentro de las reglas de su mundo. La protagonista tiene siete años y ese es aproximadamente el corte de edad al que va dirigida la historia. No obstante, los adultos podrían sacar alguna lectura extra bastante cafre.

Porque debajo de la fábula ecologista de respetar la naturaleza, hay una historia de asesinato de activistas climáticos, destrucción del modo de vida de los pueblos indígenas –que no son topicazos unga unga ni de sabiduría del Magical Negro, sino personas con sus costumbres que las combinan con estrategias adaptadas al mundo actual y saben usar tecnología moderna– y corrupción política –ese empresario chulito que presume de conocer al hijo del primer ministro–.

El conflicto, además, gira en torno al aceite de palma y la desaparición de los orangutanes. O sea, está sacado directamente de las noticias, no se trata de entelequias de malos malosos que contaminan por pura maldad. Incluso a la secundaria europea inevitable que aparece, le vienen a decir que si en su país no comprasen lo que vende el malo corrupto, no pasaría lo que pasa.

Hasta aquí era todo más o menos previsible. Las grandes lecturas están en la resolución. Después de combatir los tópicos racistas sobre los indígenas de Borneo, premiar la bondad y condenar el bullying, los niños acaban deteniendo al empresario corrupto ecocida por dos vías. Una, dando un paso adelante y denunciando, a pesar de las posibles consecuencias. Y dos: volando cosas por los aires y dando patadas en la entrepierna. Y no es una forma de hablar. 

Sí, estamos de acuerdo en que la violencia es mala. Y, obviamente, nadie cree que el director esté incitando a ningún niño a dinamitar cosas. Pero, ¿por qué lo hace? Suena como una versión que ya ha perdido la paciencia de Capitán Planeta y los planetarios (1990-1996). Sin fuego, tierra, corazón, ni simpáticos mamporros a malos de tebeo. O como How to Blow Up a Pipeline (2022), de Daniel Goldhaber, en España estrenada como Sabotaje, ficcionalización del ensayo del mismo título de Andreas Malm. Pero para niños.

Es decir, más allá del mensaje animalista, del respeto y el deseo de integración de los conocimientos de los pueblos originarios de las selvas del mundo, de señalar la complicidad de los gobiernos con el ecocidio… Salvajes va y le deja caer al público adulto que acompañe a los niños a los que se dirige el cuento que igual, a veces, un poco de enfrentamiento. Y de repente, las fábulas infantiles no hablan solo de quererse mucho y proteger al último koala, sino que incluyen una retroexcavadora explotando.

Es posible que no sea así. Que esté incluido porque, oye, cómo decían en aquel capítulo de Los Simpson donde se celebraba un festival de cine en Springfield, los golpes en los… bueno, ahí… siempre son graciosos. Es posible que la dinamita sea como fuegos artificiales y no haya que tomársela en serio. Porque, ¿qué sentido tendría? 

¿Es posible que se estén rodando películas y escribiendo libros en los que se insinúa que alguien a quien le matan a su madre por defender algo tan inocuo como un espacio natural o una especie animal pueda sentir tanto rencor o frustración como para plantear el uso de la violencia? ¿Que dejen caer que culturas enteras a las que se amenaza con exterminar su modo de vida comiencen a reaccionar de forma, en principio, poco diplomática?

Nada, nada. No puede ser. Sigan caminando. Son películas de críos y análisis de escritores precarios que seguramente lo son por falta de mentalidad de tiburón. Es solo una historia de una niña que se hace amiga de un monito contada con muñecos cabezones que se mueven lento.

Nada más.

Es solo eso.

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  1. ¡ La naturaleza no es una mercancía !
    Una propuesta de gobiernos de algunos países ricos y Naciones Unidas pretende frenar la extinción masiva de especies introduciendo un sistema de «medidas compensatorias» y «créditos de biodiversidad». Así, las empresas estarán comprando el derecho a seguir destruyendo el ambiente como hasta ahora. Es una solución falsa. ¡Digamos NO!
    “La red de la vida debe protegerse eficazmente. Las compensaciones y los créditos de biodiversidad son falsas soluciones peligrosas.”
    Se necesitan miles de millones de euros para proteger la naturaleza. La Unión Europea, la Organización de las Naciones Unidas ONU, gobiernos, empresas y grupos de presión promueven los pagos compensatorios y los certificados de biodiversidad.
    Estos sistemas, sin embargo, muy rara vez funcionan y conllevan grandes riesgos, mientras desvían la atención de las verdaderas soluciones al problema fundamental de la pérdida de biodiversidad.
    La propuesta consiste en calcular el valor de la naturaleza destruida en un lugar determinado A y compensar dicha destrucción pagando un valor equivalente por la protección de la naturaleza en otro lugar B. Pero este valor es imposible de calcular en moneda o mediante créditos.
    La «lógica» de este sistema es que la naturaleza en el lugar B se destruiría sin dichos pagos, por lo que la protección es adicional, permanente y no se transfiere a una tercera ubicación C mediante un mecanismo similar. Pero no hay garantías.
    Los créditos de biodiversidad podrían llegar a ser tan poco efectivos como ya sucede con los créditos de carbono.
    Mientras los sistemas de créditos y compensaciones permiten que los gobiernos y empresas del Norte puedan evitar tener que tomar medidas efectivas para proteger la naturaleza y no necesiten auto limitarse, estarían transfiriendo esta «carga» generalmente a los habitantes del Sur global. Además, estas medidas se basan en un modelo de conservación de la naturaleza a modo de fortaleza, mientras violan los derechos de los pueblos indígenas, conducen al acaparamiento de tierras y amenazan la seguridad alimentaria de las poblaciones.
    La conservación de la naturaleza no puede dejarse en manos del «mercado», sino que necesita de leyes eficaces. Hay que acabar con subvenciones perjudiciales para el medio ambiente, introducir otros instrumentos para ayudar a financiar la protección de la naturaleza como impuestos sobre transacciones financieras, reforzar los derechos de los pueblos indígenas, a menudo los defensores más eficaces del medio ambiente y, sobre todo, cambiar drásticamente nuestros hábitos de consumo.
    Apoya con tu firma esta petición para los gobiernos de la UE y las instituciones de la ONU.
    https://www.salvalaselva.org/peticion/1296/la-naturaleza-no-es-una-mercancia

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