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El espectador medio del audiovisual moderno cree saber cómo funciona el Senado de los Estados Unidos o los misterios del funcionamiento del Despacho Oval. Los Estados Unidos han vendido mejor que nadie las bondades o complejidades de su sistema, ahora en el alambre, merced a una gran cantidad de dramas políticos que van desde el clásico Caballero sin espada (1939), de Frank Capra, hasta la serie El Ala Oeste (1999-2006), de Aaron Sorkin, pasando por la comedia protagonizada por Eddi Murphy en estado de gracia Su distinguida Señoría (1992), de Jonathan Lynn.
Sin embargo, de la Unión Europea (UE) sería difícil decir lo mismo. En Bruselas, sea por ignorancia, indolencia o por no darle importancia a semejantes horteradas, se ha descuidado el poder blando –o digámoslo a las claras, la propaganda– confiando en que bastase con el bienestar compartido y la cultura corriente, con nuestras películas francesas lentísimas sobre gente que comete adulterio en París y nuestros thrillers nórdicos.
Pocas películas o series tratan sobre el funcionamiento de la Comisión Europea o el Parlamento, y las que lo hacen no lo dejan demasiado bien. La germano-franco-belga Parlement (2020-2023) lo intentó en tono de comedia, y quizás hablaremos por aquí un día de ella y su paródico y ficticio Blue New Deal, pero lo habitual es encontrar filmes como Adults in the Room (2019), de Costa-Gavras, que retrataban en términos poco halagüeños el papel alemán y el de la Comisión durante la crisis de la deuda griega de 2015, validando las posiciones del ex ministro griego Yanis Varoufakis.

Un poco antes de esas crisis, en 2012, el entonces comisario de Sanidad y Consumo de la UE, el maltés John Dalli, dimitió de su cargo por motivos poco claros, casi forzado por el entonces presidente de la Comisión, José Manuel Durao Barroso. La Oficina Antifraude de la UE (OLAF) había presentado informes que supuestamente probaban contactos entre personas del entorno del ya ex comisario con la multinacional sueca Swedish Match a través los cuáles esta última había conseguido influir en la directiva europea en preparación que iba a limitar el consumo del tabaco en la Unión, y en concreto, el de la comercialización de bolsas de nicotina.
Una cuestión de principios (2024), de Antoine Raimbault, cuenta la cara B de un conflicto que aún enfrenta a Barroso y Dalli, este último empeñado en defender su nombre, pero desde el punto de vista de un personaje secundario y aparentemente ajeno al drama: el eurodiputado ecologista francés y conocido activista por el comercio justo y los derechos de los agricultores José Bové. ¿Y a quién defendió Bové en esa pugna entre, básicamente, líderes conservadores y neoliberales? Curiosamente, a Dalli, el presunto corrupto y receptor de sobornos de la industria tabaquera.
Igual que la de Costa-Gavras dramatizaba un libro de Varoufakis, la que ahora nos ocupa se basa en Hold-up à Bruxelles, les lobbies au cœur de l’ Europe, publicado en Francia en 2014 –inédito en España, donde este escándalo pasó de puntillas, de ahí quizás la dificultad de encontrar esta película en muchos cines– y escrito por el propio Bové junto a su colaborador habitual, el escritor, periodista y experto en seguridad alimentaria Gilles Luneau.
Una cuestión de principios dramatiza la investigación de Bové y su equipo para exculpar a Dalli, durante la cual llegaron a la conclusión de que el informe de OLAF fue una trampa de la propia Swedish Match, en alianza con otras empresas tabaqueras como Phillip Morris, para provocar la destitución del comisario y retrasar la directiva europea que limitaría su actividad comercial en el territorio de la UE.
También señalaron cómo Barroso y la propia OLAF actuaron con negligencia, dando por buenos los datos que les aportaban lobies de su confianza y cediendo a sus propios intereses políticos. Todo tenía aún más valor en tanto que Bové y Dalli no eran precisamente amigos ni aliados, antes bien el francés había criticado duramente la gestión del segundo y tenían programas antagónicos.
La película de Raimbault, conocido por adaptar casos reales a la gran pantalla con respeto, no es precisamente un thriller trepidante, sino que se contagia de forma realista del ambiente burocrático bruselense. Es un filme de gente hablando en salas con iluminaciones uniformes, en el que Bové se presenta como un tipo campechano pero sin estridencias y las diferencias de clase obvias entre sus colaboradores –más o menos ficcionados para la ocasión–son un toque de folclore más que parte de la caracterización.

Llama la atención porque parece un intento de fabricación de héroes que llega tarde o como el enésimo atentado de Bruselas contra sí misma, en el que además se intenta rebajar con agua la figura de José Bové, icónico no solo por sus bigotes a lo Astérix el galo, también por quemar un McDonald’s u oponerse a los tratados de libre comercio entre la UE y terceros países.
Aunque Una cuestión de principios resulta interesante en cuanto a crítica de las enrevesadas políticas de pasillo de las instituciones europeas y la insana cercanía entre políticos y lobistas –muy actual si atendemos a cuestiones tanto de salud pública como las que aquí se ven como a las que tengan que ver con la crisis climática–, suena a oportunidad perdida.
Primero, porque Bové va mucho más allá de lo que aquí se ve, y segundo, porque no propone nada. Si Bruselas desea vendernos las bondades de su modelo necesita algo más que estos thrillers formulaicos, que se sienten tan fríos como la intelligentsia que los produce, consume y protagoniza, y atreverse a mojarse. Es posible que Bové sea un Vercingetorix sin espada, pero a veces se necesita algo más que la banda sonora mientras corre por un pasillo para que nos demos cuenta.