‘Vaiana 2’: en el corazón de Te Fiti

En la segunda entrega de la heroína indígena y conservacionista de Disney, una nueva Pocahontas aún más mitológica que la anterior, sus creadores han optado por un esquema del viaje del héroe clásico que abre curiosas interpretaciones de rebelión natural contra las historias y las identidades prefabricadas.
‘Vaiana 2’: en el corazón de Te Fiti
Vaiana 2. Foto: Disney.

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En su ensayo El viaje del escritor, el guionista y ejecutivo cinematográfico Christopher Vogler desarrollaba el éxito con el que había aplicado de las teorías mitopoéticas de Joseph Campbell en El héroe de las mil caras, que supuestamente inspiraron a George Lucas La guerra de las galaxias y a él mismo la estructura básica de El Rey León

Ya saben, el famoso viaje del héroe: el mundo ordinario, la llamada a la aventura, el sabio mentor, los desafíos, la noche oscura… Es de manual, y a más de un pedante de andar por casa lo habrán leído o escuchado ustedes diciendo que hasta Jesucristo lo cumple. 

A Vogler se le llena la boca contando que cuando se propuso matar a Mufasa en El Rey León, toda la sala de guión se quedó en silencio, sintiendo que emanaba el poder de la historia. Para un directivo de Hollywood, y más uno que lleva 30 años de su carrera viviendo de ejercer de consultor para otros, es muy atractiva la idea de que antropológicamente existe un esquema de historia que funciona siempre, de manera natural, y puede garantizar el éxito.

Excepto que El Rey León (1994), de Rob Minkoff y Roger Allers, es mitad plagio del anime Jungle Taitei (1965), creado por Osamu Tezuka y a que les sonará más si lo llamo Kimba, el león blanco, y el mismísimo Hamlet, de William Shakespeare. Esto último, de hecho, Disney lo admite sin problemas, porque en sus secuelas adaptó sin ninguna vergüenza primero Romeo y Julieta y luego Rosencrantz y Guildenstern han muerto, obra cómica de 1966 del dramaturgo checo Tom Stoppard. Y sí, Rosecrantz y Guildenstern eran Timón y Pumba.

Eso no quiere decir que el viaje del héroe no funcione, quiere decir que no lo explica todo. Pero sí lo suficiente: Vaiana 2 (2024) –Moana en todo el mundo más allá de Europa Occidental por una cuestión de derechos– acumula en el momento de cerrar estas líneas más de 5 millones de euros en España en poco menos de una semana, supera los 225 millones de dólares en Estados Unidos y apunta, si mantiene el ritmo, a ser un megaéxito de mil millones como no se veían desde prepandemia. Y todo gracias a lo pegadizas que eran las canciones de Vaiana (2016) y al viaje de la heroína. La heroína ecologista, encima.

En la primera entrega, cuando Vaiana devolvía su corazón a la diosa Te Fiti (recuperando su aspecto benéfico de isla viva/diosa madre, y abandonando el volcánico de Te Ka), esta restauraba la salud de la naturaleza en los archipiélagos del Pacífico, incluida la isla hogar de la protagonista. Un mensaje ecologista fácilmente identificable de convivencia con la naturaleza respetando sus límites y la sabiduría ancestral de los pueblos originarios del planeta.

Ya de paso, y en una oleada de héroes revisionistas muy de moda en la cultura popular estadounidense de finales de la década pasada, se presentaba el contraste entre la protagonista y Maui, el héroe de la mitología polinesia. Una mezcla de cruce entre el Hércules griego y el Loki nórdico –el mítico, no el de Marvel–, mitad matador de monstruo mitad genio tramposo, presente en leyendas maoríes, tonganas o hawaiianas, entre otras. 

La segunda parte, pensada inicialmente como una serie directa a Disney+ (y algo se intuye de su estructura episódica, aunque es un clásico en este tipo de cine de aventuras), prescinde de los juegos de doble lectura para entregarnos un viaje del héroe más canónica.

Una Vaiana que ya es una mujer joven (al menos para la época) se convierte en líder para su pueblo y debe emprender una misión civilizatoria, sacrificándose a sí misma (y Maui también, en su caso con crucifixión simbólica incluida) para resucitar como semidiosa de atributos similares a los de su compañero de aventuras (tatuaje mágico distintivo cortesía de los antepasados y objeto de poder, en su caso, una pala).

En esta ocasión el villano es un dios colérico de la tormenta, un Nalo que suena a suerte de Zeus polinesizado, sin demasiada relación, poderes aparte, con el Tawhirimatea de la mitología, como Te Fiti en la primera entrega la tenía muy tenuemente con la diosa madre Papahānaumoku… o, la verdad, la Pocahontas de Disney con el personaje histórico real, Aladdin con Aladino o su versión de Hércules con el griego.

Este Nalo, como villano, es la encarnación de turno de la hipermasculinidad y del capitalismo para esta entrega. Su objetivo es mantener a las tribus del gran océano separadas para que no puedan desafiar su poder, y para ello debe impedir que los humanos rompan la maldición poniendo pie en la isla de Motufetu (que por cierto, saca su nombre de una isla real en el archipiélago de Tuvalu). Tampoco hace falta ser un lince para captar el mensaje sobre cooperación y ruptura de tabúes para alcanzar la armonía y, bueno, un mañana mejor.

Quizás lo más interesante, a nivel mitopoético, es cómo los creadores de Vaiana se han decidido a dar un paso más adelante, y esta particular versión de las leyendas polinesias que están desarrollando han llevado a su heroína al siguiente nivel. No supera a Maui, el matador de monstruos, por enfrentarse a estos por la vía de la compasión, sino por convertirse en una heroína civilizatoria, con acceso a la sabiduría secreta del mundo.

Vaiana, en esta entrega, no es ya Hércules, sino Ulises u Odín, y también Prometeo. Es la heroína que crea comunidad y la establece, no solo la que rompe barreras, y así deben ser presentados sus atributos como semidiosa. Resulta irónico, eso sí, que su mensaje de derribo, anticapitalista e integrador de los pueblos originarios, llegue de manos de la multinacional del entretenimiento más depredadora, con permiso de Amazon, que han visto los siglos. Pero a los mitos eso, la verdad, les suele dar igual.

Quizás cabe preguntarse por el poder transformador involuntario de estas narraciones legendarias, a la manera de mitologías modernas como la Marvel Comics que también controla Disney o el universo de El Señor de los Anillos. Si en su intento de manipular las claves básicas de la narración humana, como se explotan otros aspectos del mundo natural –el de Vaiana es un universo de contadores de historias, como el propio Maui–, no han arrancado el corazón de Te Fiti, y es nuestro deber devolvérselo para no volver a enfrentarnos a la ira de Te Ka.

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