Etiquetas:
Charlton Heston es recordado por protagonizar un «fin del mundo» nuclear, el de El planeta de los simios (1968), de Franklin J. Schaffner, con su moraleja pacifista y su pesimismo sobre la naturaleza humana. Por la fuerza de aquel final, a veces se olvida que cinco años después protagonizó también una de las primeras advertencias de catastrofismo ecologista rodadas por Hollywood, Soylent Green (en España, Cuando el destino nos alcance), dirigida por Richard Fleischer.
Una historia ambientada en 2022, en un mundo superpoblado, contaminado, apenas sin agua potable y donde el gobierno ha empezado a reciclar los cadáveres de los muertos en alimentos procesados, el «soylent green» del título. Aunque el peligro nuclear no es ajeno a nuestro 2024, esta última variante de colapso civilizatorio nos resulta más cercana.
«Imaginar cómo podría ser el fin del mundo de alguna manera rebaja y ayuda a canalizar la ansiedad social hacia el futuro. Es algo para lo que sirve también el género de terror, refleja y canaliza ansiedades», comenta a Climática la escritora Layla Martínez, autora del ensayo Utopía no es una isla (Episkaia, 2020), sobre los diferentes escenarios precisamente contrarios al de los apocalipsis climáticos.
A Hollywood –y a las series– le encantan los colapsos ecológicos, cuanto más espectaculares mejor. Aunque hasta los 80 los fines del mundo siguieron siendo provocados por la guerra, los 90 vieron la llegada de los apocalipsis climáticos, con Waterworld (1995), de Kevin Reynolds, protagonizada por un Kevin Costner en la cima de su popularidad, a la cabeza. La lista sería interminable, pero El día de mañana (2004), de Roland Emmerich, se lleva la palma en unir catastrofismo y cierta verosimilitud científica.
Ahora se estrenan tantas versiones diferentes que la serie francesa El colapso (2019) incluso decidió ahorrarse las explicaciones de cómo se llegaba al fin de la civilización; y su réplica española, Apagón (2022), pasaba rápidamente de ignorar la premisa de la tormenta solar a ahondar en la pandemia o el pánico al peak oil. Sin embargo, son ficciones ya de la segunda y tercera década del siglo XXI, donde la idea de cómo será el final de todo ha ido variando, y ya ni es todo, ni es el final.
En los 90 y en la primera década de esta centuria, no era así. Convivir con lo peor del calentamiento global era un destino inevitable, y hasta en títulos tecnooptismistas o que no tocaban el tema, aparecía como cosa hecha. En la serie SeaQuest DSV (1993-1996), en el 2018 el Amazonas ya había sido completamente devastado y el oxígeno se inyectaba a la atmósfera mediante instalaciones artificiales. En Inteligencia Artificial (2001), de Steven Spielberg, Nueva York es una ciudad sumergida en la que grandes empresas tienen sus sedes en los rascacielos que conservan parte de su estructura en la superficie.
«Ese es el momento de las películas que son hijas de la época triunfal del neoliberalismo», añade Martínez. «Donde no hay esperanzas, son ferozmente antiutópicas. No solo es que el futuro sea apocalíptico, es que no existe esperanza de cambio». El giro en el discurso arranca en el periodo entre 2012 y 2014, en la resaca de la crisis financiera anterior, con películas como Snowpiercer (2013), de Bong Joon-ho, o Mad Max: Fury Road (2015), de George Miller. «Los revolucionarios triunfan, son héroes. No se ve qué construyen después, qué sociedad habrá, pero ya se imagina que habrá un después», afirma la escritora.
El «colapso» actual: hay un después
El escritor y crítico cultural Jonathan McIntosh ha analizado desde su canal Pop Culture Detective la emergencia del «solar-punk», una ciencia-ficción optimista que imagina futuros basados en las energías renovables o, al menos, en un mundo posterior a las energías fósiles y que ha aprendido a convivir con la crisis climática. El ejemplo reciente más evidente es Mundo Extraño (2022), de Don Hall y Qui Nguyen, una aventura animada de Disney en la que un grupo de colonos en un mundo ¿extraterrestre? aprende a no depender de una misteriosa fuente de energía fácilmente identificable como una versión ficticia de los combustibles fósiles.
Más explícita era Tomorrowland: El mundo del mañana (2015), de Brad Bird, que directamente confrontaba la visión optimista del futuro que se tenía en los años 50 y 60 con la de nuestro presente, y concluía con los protagonistas explicando a cámara que cambiar ese pesimismo consuetudinario era el primer paso para no acabar mal. Quizás demasiado voluntarista –pensar que no habrá grandes inundaciones hace que no sucedan– y tecnooptimista, pero se entiende la intención.
Para Layla Martínez «cierta ciencia-ficcion más optimista es lógica por cansancio, tras décadas y décadas de historias muy parecidas de cine posapocalíptico. Eso se ha juntado con la crítica que muchos autores le han hecho al impacto cultural conservador de las distopías. Toda la producción cultural decía que el futuro era una mierda». Para ella lo más interesante son «las que dan un paso más allá, como The Last Of Us (2023), donde vemos cómo se organiza la sociedad después del colapso. Y resulta que los que mejor viven son esos a los que llaman comunistas, los que tienen una sociedad más igualitaria, sostenible y cómoda».
La autora reflexiona sobre cómo «la idea del apocalipsis, en realidad, es algo que bebe de la idea lineal del tiempo de la cultura judeocristiana». Pero las lecturas más actuales de los Apocalipsis de la Biblia, como la del libro de Juan de Patmos, o la del Libro de Daniel, «nos señalan otra cosa. Esos apocalipsis hablan del fin de una era, no del mundo. Como pueblo subyugado, ellos imaginan el fin del Imperio».
Martínez propone que nos apropiemos «de esa idea del Apocalipsis como fin del capitalismo para que surja otra cosa». En la ficción reciente, todos estos fines del mundo provendrían «de la sensación general de que el capitalismo es un sistema gastado. Es una idea es compartida por muchos enfoques ideológicos. La ficción sigue reflejando el fin del capitalismo como algo igual al fin del mundo, algo profundamente ideológico, es el realismo capitalista de Mark Fisher, que dice que no hay nada fuera ni después. La oportunidad de estos nuevos apocalipsis es imaginar ese después, no perfecto, pero sí mejor».