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Proteger el medio ambiente “no significa que tengas que sufrir. Los coches aún pueden ser sexy”. Esto afirmó Elon Musk, el magnate dueño de X y la compañía de automóviles eléctricos Tesla, en la conversación que mantuvo con el candidato republicano a la Casa Blanca Donald Trump el pasado 12 de agosto. En un formato novedoso, dentro de la plataforma antes denominada Twitter, Musk azuzó al expresidente, reconocido negacionista y responsable de que Estados Unidos abandonase durante su mandato el Acuerdo de París, a hablar de cambio climático. «Soy promedioambiente», le dijo el hombre más rico del mundo a su interlocutor, lo cual desató una serie de interacciones que podrían darnos pistas sobre una posible estrategia política de resultar ganador en los comicios de noviembre el líder republicano.
Musk y Trump, quienes aparecen bailando en este vídeo probablemente generado con Inteligencia Artificial, han formado un dúo cuyo peligro consiste en aunar grandes fortunas e impunidad política. El primero, criticado por difundir bulos y amplificar voces violentas de ultraderecha durante los recientes disturbios de Reino Unido –lo cual generó incluso la reacción del Gobierno británico–, confirmó su apoyo al segundo y ha transformado la red digital en una herramienta para su promoción electoral. Trump, acusado formalmente de instigar el Asalto al Capitolio, imputado en varios casos relacionados, y sujeto a amplia inmunidad por sus actos políticos gracias al Tribunal Supremo, ya ha prometido darle un cargo a su compañero de baile si sale elegido. La simbiosis aparente pasaba por discutir, en el espacio de X, uno de los temas donde ambos han discrepado tradicionalmente: la crisis climática.
Recordemos que, antes de comprar el viejo Twiter, Musk se manifestó a favor de permanecer en el Acuerdo de París. En la conversación con Trump, reiteró la necesidad de “con el tiempo, dirigirnos hacia una economía sostenible”, aunque “sin demonizar el gas y el petróleo”. Trump, quien desestimó la magnitud de la emergencia climática a fuerza de afirmar falsamente que aún tenemos “de 100 a 500 años” para hacerle frente, respondió que, si el nivel del mar sube, habrá más viviendas “en primera línea de playa”. Sin embargo, este negacionismo literal y disparatado no debería servirnos para subestimar el negacionismo implicatorio de Musk –utilizando la terminología del activista y escritor Andreas Malm–, aquel que asume la gravedad del problema, pero no incita a actuar para solventarlo; al contrario, a veces incluso camina en la dirección opuesta.
De hecho, las nociones de «sostenibilidad» barajadas por Musk responden a un batiburrillo de informaciones inexactas, mentiras, y algunos (pocos) datos fiables. Así, en 2023 el magnate sugirió incorrectamente que los usos del suelo no influían en el cambio climático, cuando se sabe que el sistema alimentario es responsable de entre el 21 y el 37% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y, dentro de éste, juega un papel relevante la deforestación para ampliar la superficie arable y producir piensos destinados al ganado, lo cual también contribuye a la pérdida de biodiversidad. Por tanto, cuando le comentó a Trump que no había que «detener a los ganaderos, dejad que la gente coma filetes», estaba propagando desinformación.
Musk también señaló que “nadie iba a morir en 5 años” debido al cambio climático –constantemente se producen olas de calor, inundaciones e incendios viciados por el calentamiento global que se saldan con miles de víctimas mortales anuales–, y que si “en 50 o 100 años somos sostenibles, estaremos bien”, una aserción que contradice lo estipulado por la comunidad científica. El IPCC anunció la necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a la mitad antes de 2030 si se quiere impedir superar el 1,5 ºC de calentamiento global, un objetivo que muchos consideran obsoleto. Además, numerosos expertos han subrayado la ineficiencia en términos medioambientales de sustituir el coche de gasolina por uno eléctrico, ya que lo prioritario sería una mudanza estructural en los modelos de movilidad –con inversiones en transporte público–. La minería de metales raros imprescindibles para producir los vehículos eléctricos, o la infraestructura para cargarlos, entre otros factores, impiden considerarlos sostenibles, como ha explicado el doctor en biodiversidad Andreu Escrivâ.
Por último, es preciso preguntarse a qué tipo de sociedad aspira Elon Musk, teniendo en cuenta su poder como hombre más rico del planeta. El gobierno deseado lo dejó claro en su diálogo con Trump: libre de impuestos y gasto público en la medida de lo posible, y de regulaciones que puedan afectar a su actividad empresarial. Más allá, el magnate alberga un plan espacial como escapatoria de una minoría ante un posible planeta Tierra devastado. En ese sentido, la compañía SpaceX, de la que es fundador, desempeñaría un papel fundamental en su noción de futuro. Paradójicamente, una investigación de The New York Times reveló hace poco el daño que está causando en distintas capas de la atmósfera una suerte de nueva carrera espacial llevada a cabo, parcialmente, por Musk y por Jeff Bezos, el fundador de Amazon. El lanzamiento de satélites gubernamentales y, sobre todo, privados, podría incrementar significativamente el calentamiento global de la atmósfera y debilitar la capa de ozono, situada en la estratosfera y responsable de absorber parte de los rayos ultravioleta. La estratosfera, precisamente, cuenta con una regulación muy escasa.
Dadas estas circunstancias, es difícil creer que Elon Musk sea “promedioambiente” o que consiga convencer a Trump de la envergadura de la catástrofe. Podrán seguir bailando, eso sí, o conduciendo coches “sexy”.
La SOLUCION de nuestros problemas reclama que quienes nos han conducido al borde del abismo social y ecológico pierdan ALGO/MUCHO/TODO de lo que hasta ahora han disfrutado.
–Carlos Taibo–