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¿Cuáles son esas preguntas y temáticas habituales que se está planteando el teatro frente a otras como la crisis climática, que aparece aún de forma tímida? Amador González, director adjunto de la sala Cuarta Pared, cree que «las preguntas del teatro siempre tienen que ver con la regeneración del pensamiento humanista, con las contradicciones de nuestra civilización, la cuestión democrática, la desigualdad y la pobreza, los conflictos armados, el feminismo, el género, el mundo laboral y cuestiones que tienen que ver con la educación, los nuevos modelos de familia o una cierta preocupación por la infancia, la adolescencia y el envejecimiento, además de ese tema eterno que es el de la muerte». Y dentro de ese catálogo de «ideas zombi», la reina es, sin duda, la identidad.
El teatro se pregunta quiénes somos
Para el director del Festival Grec de Barcelona, Cesc Casadesús, en el teatro de los últimos años «está apareciendo el tema de la memoria de una manera más presente», que no deja de ser una mirada al pasado vinculada a cuestiones sobre la identidad, de ahí que los creadores se estén preguntando «de dónde venimos y quiénes somos, quizás para saber hacia dónde vamos porque el futuro es incertidumbre». El director del Festival Grec observa que «se están recuperando asuntos de los que no se hablaba mucho, como la época del nacimiento de la democracia o incluso la guerra civil, hay obras que se preguntan sobre eso y creo que hay algo ahí de buscar la verdad y eso también tiene que ver con cómo se pone el teatro en escena, en esa búsqueda de lo real». Esa presencia de la identidad como gran tema la detecta también Natalia Álvarez Simó, directora de Conde Duque, para quien impera en los escenarios «un cuestionamiento del nosotros en el ahora, por qué hemos llegado a ser como somos hoy y quién ha decidido quién es el otro, es decir, hasta ahora hemos sido una sociedad patriarcal, blanca, occidental y heteronormativa, y ahora hay muchos trabajos que revisan todo eso desde miradas sobre la colonización, las minorías, la identidad de género o ese quién soy yo a partir de la inteligencia artificial».
El director del Teatro Español, Eduardo Vasco, cree que entre los temas más urgentes e inmediatos que el teatro está abordando en los últimos tiempos está «el del lugar de la mujer en el mundo y el contraste entre pasado y presente», y un segundo en torno a la idea «de la diversidad y el distinto, lo diferente, que ahora ya no es solo el extranjero, sino esa especie de resistencia a la asimilación de distintas cosas». Vasco añade que esas preguntas más pegadas a la actualidad conviven con algunos temas que están y han estado siempre presentes como «la desprotección del hombre frente a la injusticia del poder económico y político o la utilidad de la política como herramienta social, eso es algo de lo que el teatro intenta hablar, pero muchas veces nos falla no tener textos consolidados o que a veces deformemos el repertorio para llegar a contar estas cosas, pero creo que los grandes temas que se están buscando tienen que ver con esto, con el compromiso social, con la implicación política del ciudadano, todo ese tipo de cosas».

Para Amador González, que además de programador es un gran espectador de teatro, habitual en las ferias de artes escénicas que se celebran en distintas ciudades españolas a lo largo del año, no hay mucha diferencia entre las cuestiones que exploran los creadores más jóvenes y los más veteranos: «Todos nos estamos haciendo las mismas preguntas, hay una tendencia a la mímesis entre actores culturales emergentes y dominantes, y se está produciendo un contagio en temporadas teatrales, festivales y creadores. También estamos viviendo un momento en el que hacer preguntas inadecuadas debería ser lo más adecuado, pero es complicado debido a la propia autocensura del creador y porque estamos viviendo una época tan nihilista del ser humano que a veces subrayamos en exceso el discurso de la desesperación y nos olvidamos que la sociedad necesita preguntas y respuestas que nos den esperanza».
Narcís Puig, adjunto a la dirección del Temporada Alta sí observa diferencias entre creadores consolidados y emergentes. Puig, una especie de scout teatral que busca artistas y detecta tendencias en festivales como el de Aviñon, el Kunsten de Bruselas, el Festival de Viena, el FIBA de Buenos Aires o el chileno Santiago a Mil, identifica dos tendencias entre los creadores más jóvenes. Una, que ya apuntaba Casadesús, es «la mirada al pasado con un espíritu crítico», y señala compañías como José y sus hermanas o Las Huecas, que «se fijan en la Transición y el posfranquismo o en hitos como los Juegos Olímpicos del 92, una generación de creadores de veintipocos que está hablando de cosas que ya hemos vivido, pero lo hace con una mirada mucho más crítica que la nuestra». El segundo rasgo que detecta es que esa mirada más joven y más crítica, a veces se limita demasiado a lo generacional, y «eso a veces genera un teatro muy para el grupo, eso de vamos a hablar de nosotros mismos y te cuento lo mío, y sí, tu historia está muy bien, pero haz algo que nos concierna a todos».
En líneas generales, Puig sostiene que en el teatro hay, en los últimos años, «una línea muy clara que es la incorporación de la mirada femenina, y no me refiero al feminismo, que sí está presente desde hace tiempo, sino a miradas femeninas sobre temas que se habían tratado antes desde puntos de vista masculinos». En el capítulo de preguntas en torno a asuntos concretos, Puig observa que el colonialismo está muy presente en el trabajo de creadores europeos, no tanto españoles, «sobre todo en países como Bélgica, Holanda, Francia y Alemania, un tema que están abordando esas generaciones de hijos de emigrantes de países que han sido colonias y que están dando su visión sobre la historia de una forma muy continuada».
La directora del Festival TNT, Marion Betriu, que fija su radar de programadora en artistas que experimentan con nuevos lenguajes, aprecia también el predominio de la identidad como gran cuestión sobre la que se están interrogando los creadores y cree, además, que empieza a ser frecuente «en las nuevas generaciones un deseo de huir de estos temas tan apocalípticos, imaginando nuevos futuros y con una necesidad de decir basta a lo que está pasando, a la manera que tenemos de vivir, a las estructuras de poder y cómo eso termina por reventar a la gente, de ahí que se traten temas como la fragilidad y la salud mental, algo que sale una y otra vez entre la gente más joven».
Para el creador y director de escena Rolando San Martín el hecho de que sean estas preguntas en torno al yo y la identidad las que predominen en las tablas responde a una situación de «sequía poética muy bestia» en una escena en la que abunda, además, «un intento de aplicar las lógicas y lenguajes que el teatro posdramático ha dejado como herencia —dramaturgias fragmentadas, el uso de micrófonos, la convivencia de lenguajes…— por parte del teatro más convencional e institucional, pero hace 15 años ya se hablaba de identidad en La Casa Encendida, por ejemplo».
Y en ese territorio de «sequía poética», ¿qué se está preguntando a sí mismo el teatro, sobre qué se está interrogando la escena en los últimos tiempos? «Yo creo que, ahora mismo, el teatro está perdidísimo, es decir, yo no sé cuál es la pregunta que se está haciendo la escena hoy. Creo que el único que todavía pulsa, en un sentido trágico y poético, es Romeo Castellucci, pero veo la escena muy seca, yo mismo estoy agotado de ver cosas que no me motivan y creo que ahora mismo existe una gran dificultad para que nos conmueva algo en la escena, algo que nos mueva a sentir algo, de ahí que esté experimentando en el territorio del circo, que creo que tiene un pensamiento vanguardista en sí mismo».
Para qué sirve el teatro y a quién está hablando
«Hombre, yo creo que hay grandes preguntas que nos hemos hecho siempre, pero ahora hay algunas que son muy urgentes. Por ejemplo, ¿a quién estamos hablando? ¿Quién es nuestro público? ¿Qué sentido tiene el teatro ahora mismo en la sociedad? Y la otra gran pregunta: ¿puede el teatro cambiar el mundo o es más efectivo que nos dediquemos a provocar reflexiones y tratar de administrar las pocas certezas que tenemos?», enumera Eduardo Vasco. «Hemos pasado de ser muy didácticos con el espectador, incluso a creernos mejores, a darnos cuenta de que no lo estamos escuchando y creo que estamos ahí, preguntándonos para qué sirve esto. También creo que el teatro que nosotros deseamos hacer no se puede mantener sin un gran amparo, sin las estructuras que nos han obligado a crear, y esa posición del teatro entre lo posible y lo utópico es donde estamos haciendo nuestras preguntas ahora».
Para Amador González, la gran pregunta que se está formulando hoy la escena versa también sobre su utilidad, y se remonta a los años 80, en los que cree que «teníamos una sensación de que estaba todo por hacer y existía esa ecuación simple de teatro igual a cultura e igual a democracia, había una complicidad entre las políticas públicas, los artistas y la sociedad, una identidad cultural compartida que se ha ido disolviendo. Desde la crisis de 2008, que fue demoledora, el sector se ha quedado desasistido y todavía no hemos levantado cabeza por la contracción presupuestaria, por un lado, y por la desaparición de una parte de la sociedad que nos acompañaba, que se ha ido por razones económicas o porque ya no encuentra refugio en el teatro. Ahora mismo tengo la sensación de que la ecuación ha cambiado y la cultura es igual a lujo, a entretenimiento, a mercado o, lo que es más terrible, la cultura no tiene nada que ver conmigo. Por eso, la pregunta que se hace ahora mismo el sector es cómo lograr convencer a la sociedad de nuestra utilidad. Esa es una pregunta básica».
La productora y distribuidora Nines Carrascal también incide en una situación actual dominada por el mercado con unas artes escénicas que intentan, desde hace tiempo, «sobreponerse, nos está costando mucho tirar para adelante, y es un momento muy complicado para conciliar el ámbito artístico y el de la gestión porque el mercado limita, no tanto el tema, sino la mirada o el enfoque, y te dice: no molestes, cero controversia, esto no lo compra mi público, y te llama la atención y te pone líneas rojas, y tú empiezas a mutilar ese interés artístico que tienes y lo empiezas a reblandecer. Y es aquí donde el teatro se está doblegando y está perdiendo su función transgresora y rompedora. Los espectáculos se han ablandado tanto que estamos llegando a un punto en el que lo que dice el teatro no llega. Y nos estamos escorando gravemente hacia la irrelevancia».
Más allá del sentido de la utilidad, hay otras cuestiones sobre las maneras de hacer en escena que parecen atravesar el teatro actual y que tiene que ver con esa búsqueda de interlocutor de la que hablaban Amador González y Eduardo Vasco. Según Narcís Puig, el teatro está muy conectado en los últimos tiempos con «los temas que pasan en la calle o en los periódicos, temas que suben mucho más rápido al escenario que hace unos años y esta práctica, que yo creo que es clarísima, aumenta la actualidad pero resta de poesía o reflexión a la escena porque estamos volviendo a una expresión ideológica más clara, más explícita, y tengo la sensación de que cada vez se deja menos espacio al espectador para que piense por sí mismo con esto que a veces llamamos ‘teatro opinado’, ¿sabes? No me opines tanto. Cuéntame y déjame sacar mi conclusión sobre lo que me estás contando».
Y a pesar de que siga reinando el teatro de texto y de que esa escena haya incorporado las prácticas de un teatro posdramático —«por ejemplo, antes el vídeo era una cosa de modernos, estaba en producciones más contemporáneas y, de repente, eso está incorporado con naturalidad», dice Puig–. Marion Betriu considera que en los últimos tiempos se está produciendo un desplazamiento en la mirada de la escena más contemporánea, con artistas y creadores que se enfrentan a la sobreproducción de imágenes a partir de la experimentación con otros sentidos «como la escucha y el sonido, para activar desde ahí nuevas maneras de imaginarnos». Natalia Álvarez Simó destaca, finalmente, «la integración del resto de las artes en lo escénico porque los límites del teatro se están borrando y expandiendo con una interdisciplinariedad en la que aparece la música, el cuerpo o las artes plásticas. Creo que el teatro ya no se pregunta sobre los límites, sino que ya sabe que todo es posible».