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Paiporta trabaja en medio de la desolación para recobrar una normalidad que tardará en llegar

La población de Paiporta (València) destila una impresión general de desastre. Por las calles, el trasiego es constante y es posible tropezar casi con todo tipo de objetos arrastrados por las aguas. Sus habitantes se enfrentan ahora a los daños causados por la DANA, que ya se ha cobrado la vida de más de 200 personas.
Paiporta trabaja en medio de la desolación para recobrar una normalidad que tardará en llegar
Voluntarios trabajando en Paiporta. Foto: Amador Iranzo.

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PAIPORTA (València) | No hay palabra ni imagen que pueda reflejar con precisión el panorama desolador en Paiporta, una de las poblaciones afectadas por la DANA en la provincia de València. La expresión ‘zona de guerra’ casi que se queda corta para describir el estado en el que se encuentra la localidad de l’Horta Sud. No se trata solo de la visión de cientos de coches destrozados que se pueden encontrar, literalmente, en cualquier posición y lugar. Es la impresión general de desastre que destila la zona. Por las calles es posible tropezar casi con cualquier objeto que ha sido arrastrado por las aguas, como enormes paquetes de plástico de una planta de reciclaje. Las vías de Metrovalencia que cruzan el barranco del Poio junto a la estación, están colgando fuera del tablero, y restos de vegetación (cañas, sobre todo) aparecen enganchados casi en cualquier lugar. 

En una alquería antes de llegar al pueblo, Andrés Olmos retira el barro de su propiedad. Olmos, agricultor, vive en Xirivella, y el martes se jugó la vida para salvar a sus animales: “La Guardia Civil no me dejaba pasar. Decían que las personas son más importantes que los animales, pero no iba a dejarlos morir, ¿no?”. Su padre, sentado en la entrada, reside en La Torre. Se queja de que nadie les avisó de lo que podía suceder. “Ayuda ninguna, ni antes ni después”, remata Olmos. 

Un poco más adelante, un policía local de Oliva situado en la rotonda que da acceso a Paiporta impide el paso a los vehículos particulares. Josefina Hernández es vecina del pueblo y ha salido a la rotonda para esperar a su hija, que le lleva ayuda en coche. Dice que no tiene ganas de hablar: “Lo he perdido todo”. El trasiego de vehículos es incesante: del Ejército de Tierra, de la Unidad Militar de Emergencias (UME), de Protección Civil, de la Guardia Civil (incluso alguno de la Unidad de Actividades Subacuáticas) y hasta de World Central Kitchen, la ONG del cocinero José Andrés. Desde la rotonda y hasta llegar al pueblo, varios agentes regulan el tráfico y las columnas interminables de voluntarios. 

Álex Guías es un superviviente de la zona cero de Paiporta. Su domicilio está en el primer piso de un edificio ubicado junto al barranco del Poio, cuyo desbordamiento provocó la riada. “En primera línea de defensa”, aclara. Con un cepillo, limpia el barro que todavía queda en la planta baja. La planta baja, porque lo que antes eran dos locales independientes, en medio de los cuales se encontraba el portal de acceso a las viviendas, ahora es un espacio diáfano, con un único elemento: un coche empotrado en una esquina. “Es de un vecino de Torrent. Le he dicho que me debe una cena por tenerlo aquí”, relata Guías con humor.

La planta baja en la que está el coche era una cafetería que iba a abrir en dos semanas. “Estaba todo nuevo. La dueña está conmocionada”, explica. Nunca olvidará la noche del martes. El agua del barranco llegó golpear la persiana de su ventana. Veía como arrastraba hasta las lápidas del cementerio cercano. Los vecinos se refugiaron en un trastero de la azotea y salvaron la vida. 

A la vuelta de la esquina hay un enorme solar. Desde hace poco. Del edificio que lo ocupaba apenas queda nada. El agua se lo llevó por delante. Los escombros atenuaron el impacto sobre el bloque de viviendas que hay enfrente. La planta baja está llena de cañas. Una vecina dice que ahora está bien, que antes no se podía ni pasar. Cristina Dovydanskaite tiene alquilada una habitación en una vivienda del primer piso desde hace ocho meses. “Menos mal que pagué el viernes la renta, porque no me queda nada”, confiesa. No puede evitar llorar mientras cuenta su situación: “No tengo trabajo, no tengo ingresos. Me quedan 50 euros en el bolsillo. No tengo ganas ni de comer”. Eso sí, tiene la compañía de su perrito y un nuevo compañero de piso: han acogido a un vecino que se quedó sin casa

Atravesar muchas de las calles de Paiporta resulta complicado. Hay coches destrozados por todas partes y la parte central suele estar ocupada por los montones de basura que se sacan de las casas. El barro complica todavía más los desplazamientos. La labor de las personas que han llegado al pueblo para ayudar resulta imprescindible. Una auténtica riada humana se movilizó el viernes aprovechando la festividad. Son ellos los que están realizando el grueso de los trabajos de limpieza. “Ayuda [oficial] aquí, ninguna. Ves pasar a muchos coches de policía, de militares, pero ¿ves a alguien con una pala? A Nadie”, lamenta Álex Guías. 

La plaza de l’Església de Sant Jordi se ha convertido en un cenagal. “¡Qué pena! La reformaron hace un año.  ¡Con lo bien que había quedado!”, exclama un vecino. En el centro, grupos de voluntarios y voluntarias hacen una pausa al mediodía para comer. Dos obreros aseguran la persiana metálica del Consum para evitar nuevos saqueos. A su lado, un estanco tiene las puertas abiertas de par en par y nadie en su interior. Las estanterías están vacías. No queda nada que llevarse. Un tronco enorme está sobre la acera. Un vecino explica que lo han sacado del interior de un edificio. “No sé cómo se  pudo meter por esa puerta”, comenta, mientras señala la entrada. Al lado, dentro de la peluquería Salón 42 Estilistas, está el resto del árbol, la raíz, empotrada contra la pared del fondo. 

El jardín del chalet de Català es ahora una piscina de lodo en la que los aparatos de juegos infantiles están semihundidos en el fango. Un grupo de voluntarios ha improvisado un camino de tablones para atravesarlo, aunque eso no impide que, en algunos puntos, el barro cubra casi todo el calzado. Al lado, en el supermercado Hiperber, está trabajando la UME ante la atenta mirada de un equipo de la televisión francesa TF1. Un vecino conjetura que en el garaje hay varios cadáveres de personas que quedaron atrapadas en sus coches. “Solo en Paiporta habrá más de cien muertos”, advierte. 

Varias de esas víctimas mortales aparecieron en las viviendas ubicadas en las plantas bajas del otro lado del barranco. Conchín habita una de ellas: “Fue todo muy rápido, de golpe. Conseguimos llegar a la parte de arriba, a la terraza, y nos salvamos”. No todos sus vecinos tuvieron la misma suerte. Cuando pasó lo peor, comenzaron a llamarse para comprobar si estaban bien: “¡Salvador, Emilieta!”. Pero Salvador y Emilieta no respondieron. Los encontraron ahogados en la cocina.

También apareció muerto un hombre mayor que vivía solo unas casas más adelante. Conchín está muy agradecida a las personas que están limpiando el garaje de su casa. Otros grupos le han llevado agua y ropa. Cerca de casa de Conchín, una guardería evitó la tragedia por poco. El local se inundó cuando los pequeños ya se habían ido. La señora de la limpieza pudo salvar la vida al refugiarse en el piso superior. 

La destrucción en Paiporta es evidente y la vuelta a la normalidad se presume larga. “Hay que seguir. ¿Qué vamos a hacer?”, zanja Álex Guías sin perder el optimismo.

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