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Hay unos 95.000 museos en el mundo. En total, reciben un par de billones de visitantes cada año. Para cuidar de los objetos que atesoran, necesitan activar una serie de mecanismos de control de la temperatura y la humedad que consumen muchísima energía y elevan sus emisiones de gases de efecto invernadero (las que causan el calentamiento global) a proporciones muy altas. Por otro lado, la restauración de las obras que albergan a menudo implica el uso de productos tóxicos, y la organización de exposiciones contribuye a su huella de carbono y al empleo de materiales desechables.
Pero, al mismo tiempo, se trata de instituciones que movilizan ideas e imaginarios, que contribuyen a la representación del mundo y pueden incidir –en muy diversos sentidos– en la participación ciudadana, en la relación con las comunidades establecidas en un lugar determinado, en la preservación o deterioro del entorno, y en muchos otros elementos clave en la crisis climática y en el modo en que nos relacionamos con ella.
En 2019, el Consejo Internacional de Museos –la principal organización de representación de los museos y las personas que trabajan en ellos a nivel global– adoptó los Objetivos de Desarrollo Sostenible pero, ¿qué significa eso en su caso? ¿De qué hablamos cuando hablamos de museos y crisis climática? ¿Qué líneas de pensamiento podemos abrir, si unimos en nuestra cabeza esas dos ideas? Aquí algunas de las posibles, como hilos de los que tirar para empezar una conversación.
1.- Los museos como ficción climática
El detonante para esta reflexión poliédrica lo dio una conversación que tuvimos durante la charla sobre cultura de La Uni Climática V. Cuando abrimos el melón de los museos, la comisaria e investigadora de arte Maite Borjabad hizo una pregunta que nos voló la cabeza a todas las personas que estábamos escuchando. Dijo: «¿Os habéis dado cuenta de que los museos son una ficción climática?»
«Un museo es un espacio donde la temperatura y la humedad son constantes» –continuó explicando–. «No hay nada más antinatural que esto. Y esto, que ha generado las bases de la conservación de los objetos, ya empieza a constituir una manera de saber que es ultracolonial. Porque, ¿quién puede mantener una humedad constante, una temperatura constante? Esto empieza a construir también determinadas imposibilidades de circulación entre el norte y el sur global de determinados artefactos y documentos. Porque un museo del norte global se puede construir una ficción de preservación que otros museos, en otros contextos, no pueden hacer, y no tiene sentido que hagan. Es una manera de validar un tipo de conocimiento y de archivo y tirar por tierra otros».
Empezamos, entonces, con una certeza conocida: los distintos problemas están conectados.
2.- ¿Proteger las obras vs. proteger el planeta?
Son precisamente esas necesidades de preservación las que llevan a los museos a tener un gasto de energía y unas emisiones mucho mayores que otras instituciones aparentemente similares. Un artículo reciente en uno de los boletines de la revista estadounidense especializada en clima Grist explora esa tensión: ¿cómo proteger al mismo tiempo las obras y el planeta?
Entre los ejemplos de buenas prácticas que destaca está el museo Guggenheim de Bilbao, que ha tomado una decisión controvertida: «simplemente ampliar el rango de fluctuación de temperatura y humedad que permite en sus edificios», pasando de 2 grados arriba o abajo a 5. Con eso, se están ahorrando 20.000 euros en su factura mensual de electricidad, y ya se están planteando subir hasta 10 grados ese margen de oscilación.
Esa idea de protección también tiene otra derivada: a menudo, cuando piensan en crisis climática, lo que se figuran los museos es cómo hacer que sus tesoros puedan sobrevivir a una potencial catástrofe. Así, a menudo, cuando piensan en el cambio climático, lo primero es cómo protegerse a sí mismos y a las obras que custodian: en Madrid, por ejemplo, el Prado se preocupa por lo que pueda pasar con un arroyo que fluye por su subsuelo; mientras que el Reina Sofía tiene el foco puesto en prepararse frente a posibles incendios.
3.- Lo que se muestra y lo que se hace
Con la relación entre museos y sostenibilidad o ecologismo pasa lo mismo que podemos ver también a la hora de repensarlos desde otras miradas críticas como el feminismo, el anticolonialismo o el antirracismo. Hay dos ámbitos de reflexión que tener en cuenta. Por un lado, las representaciones: qué es lo que se muestra en sus colecciones, cómo se articula el relato en torno a ello, qué imaginarios e ideas se contribuye a construir. Por otro, las prácticas: a través de qué procesos se articulan, quién y cómo trabaja en ellos, qué impacto tienen.
Idealmente, una reconfiguración hacia nuevos parámetros pasa por trabajar en ambos sentidos: ampliar o desplazar lo que se representa, mientras también se cambia el cómo, las maneras de hacer. Pero, en el caso de los museos, esa síntesis implica algo más. Por su naturaleza, son espacios con capacidad de transformar la conciencia, hacer pedagogía, fomentar la participación, activar transformaciones posibles…
Action for Climate Empowerment (Acción para el Empoderamiento Climático) es el nombre que le dan a esa perspectiva en una guía de buenas prácticas desarrollada por Curating Tomorrow (Comisariando el mañana), una consultora que orienta a museos y otros actores del sector del patrimonio. Su enfoque «enfatiza la responsabilidad moral de los museos de afrontar el cambio climático, no solo comunicándolo desde el punto de vista de la ciencia, sino también contribuyendo a que la gente que ya esté afectada encuentre sus propias formas de vivir con el calentamiento global».
4.- Exposiciones temáticas, el primer paso
Si pensamos en la parte de las representaciones, una primera manera en la que los museos pueden abordar el tema de la crisis climática es muy sencilla y directa: exposiciones que traten el tema, contribuyendo a la divulgación, la toma de conciencia o la llamada a la acción. Pero ya no estamos en un momento en el que baste lo informativo ni lo simbólico. Lo importante ahora es lo que los expertos llaman reframing, el reenmarcado de las ideas, abriendo nuevas categorías y líneas de pensamiento.
Museos de todo el mundo están trabajando en ese sentido, con exposiciones que van desde lo más conceptual hasta el foco en asuntos concretos y cruciales como el agua, la comida o el estado del territorio. Pueden ir tan allá como quieran en formatos y recursos, llegando incluso a caer en cierta contradicción entre las preocupaciones que expresan y –una vez más— los despliegues de tecnología, consumo o movilidad de materiales y personas que requieren.
También hay museos especializados en cambio climático. En España todavía no, pero sí que pueden encontrarse en otros países: The Climate Museum de Nueva York, el Museu do Amanhã de Río de Janeiro o la Klimahuset de Oslo. Para evitar la paradoja climática de tener que desplazarse para verlos, podemos recurrir al Climate Change Museum del Reino Unido, una propuesta virtual sin sede fija que trabaja a través de talleres y propuestas participativas en todo el país.
5.- Arte y medio ambiente: mirar de otro modo las colecciones propias
Otro modo de activar la reflexión climática en los museos tiene que ver con preguntarnos sobre la relación que las personas y sociedades han venido teniendo con su entorno natural a lo largo del tiempo, porque el arte es un buen sendero de miguitas para recorrer ese camino. De nuevo, un primer paso son las exposiciones específicas que rescatan obras en las que la naturaleza tiene un papel protagonista o las aproximaciones que se fijan en algún elemento concreto en este sentido.
En España, el museo Thyssen-Bornemisza ha abierto una línea específica de trabajo en este sentido para repasar su colección en busca de obras que puedan arrojar luz sobre los debates de este ámbito y organizar actividades e iniciativas para alimentarlo.
En realidad, un paso más allá pasaría por desafiar esa separación entre naturaleza y cultura que tenemos férreamente instalada en nuestra manera de ver el mundo, y en la que los museos son agentes para nada inocuos. Algunos espacios expositivos la combaten, rompiendo las muy instaladas fronteras entre esos dos mundos al dejar entrar lo natural en las salas de exposición, o viceversa. Aunque activar esa reflexión podría llevar mucho, mucho más allá. Pero antes…
6.- Pensar en las prácticas: estrategias para la mitigación en los museos
En lo que se refiere a prácticas, de nuevo los museos –como todo–, pueden pensar a diversos niveles. El primero es simplemente hacer su parte en los grandes acuerdos globales por la sostenibilidad. En línea con los compromisos del Acuerdo de París, deben reducir drásticamente sus emisiones de gases de efecto invernadero en todos los aspectos de su actividad. También deben asegurarse de que todos los empleados y todas las personas y organizaciones de la cadena de valor tengan la formación adecuada para reducir el uso de energía, producir menos residuos, tener en cuenta el impacto climático en los procesos y compras…
Más allá de los elementos y prácticas estructurales, hay algunas actividades que detonan un impacto climático particularmente alto, como las exposiciones itinerantes. Tanto los desplazamientos como los embalajes y otros productos empleados suponen un desafío en términos de sostenibilidad.
¿Y qué pasa con los planos y folletos? ¿Y con los vertidos? ¿Y con la basura? ¿Y con el transporte requerido para llegar allí? Empezando por el hecho de que el mayor indicador de éxito para un museo es la afluencia de visitantes, pensar en términos de sostenibilidad requiere repensar muchas cosas desde la raíz, y no solo implantar medidas cosméticas.
7.- Hacia nuevos conceptos de museo
En 2021, con motivo de la COP26 en Glasgow, se lanzó un concurso internacional de diseño e ideas titulado Reimagining Museums for Climate Action (Reimaginar los museos para la acción climática). Se pedía a artistas, comisarios, arquitectos, diseñadores y usuarios que compartieran ideas de museos totalmente nuevas, que desafiaran lo que tradicionalmente entendemos por ello.
El concurso recibió 264 ideas de 48 países. Las ocho ganadoras se expusieron en el Centro de la Ciencia de Glasgow antes y durante la COP26, y también se pueden ver en la página web de la iniciativa. Son propuestas que amplían el campo de lo posible en distintos sentidos: «Y si los museos fueran lugares pequeños no permanentes? ¿Y si se centraran en la adaptación social al cambio climático? ¿Y si los territorios indígenas fueran una especie de ecomuseo en el que la gente pudiera conocer estilos de vida estrechamente ligados a la naturaleza? ¿Y si los museos fueran centros de acción climática dirigidos por la comunidad?»
Además de navegar por estos museos aún solo imaginarios, la iniciativa permite acceder a dos recursos para ir más allá: una caja de herramientas para desarrollar buenas prácticas, y una compilación de textos reflexivos sobre las cuestiones planteadas. Están en inglés, pero llenos de ideas sugerentes.
8.- Relación con un turismo sostenible
Más allá de sus características propias, los museos son, además, un eslabón clave en la cadena del turismo, lo que abre todo un nuevo abanico de cuestiones que pensar. Ya en 2018, el International Council of Museums lanzó una declaración Por un turismo cultural sostenible. En ella se plantea la necesidad de seinsibilizarse y actuar de manera diferente «sobre las prácticas idóneas en materia de gestión de las corrientes turísticas».
«Los museos deben dirigirse a los turistas de una forma mucho más directa de lo que han hecho hasta ahora», plantea la declaración. «Los turistas que conocen mejor las culturas y reservas naturales visitadas y están más preparados para el contacto con ellas, contribuyen positivamente al desarrollo sostenible, así como a la protección de las sociedades y los paisajes que van a contemplar. De ahí la importancia de suministrar a los turistas los conocimientos y la preparación necesarios (…) ‘Disfrutar sin destruir’ ha de ser, en última instancia, el objetivo de todos los protagonistas de las actividades turísticas».
Esta idea se enmarca, por otro lado, en un desafío más amplio: ¿cómo pueden los museos contribuir a salvaguardar el legado cultural y natural… y no a todo lo contrario? En muchas ocasiones, estas instituciones han contribuido precisamente a folklorizar o convertir en reservas determinados elementos del entorno y la tradición, limitando su espacio y relacionándose con ellos de manera extractivista. Es hora de cambiar esas tornas.
9.- Unirse y crear nuevos mapas
Como en todo, la unión hace la fuerza y la organización marca la diferencia. Si el mercado del arte y sus dinámicas definen un mapa global muy determinado, con unas relaciones de poder y desigualdad claras, otras alianzas posibles son cruciales para revertir la situación.
En todo el mundo hay redes, comunidades y organizaciones de entidades culturales y personas que trabajan en ellas. Una de las más conocidas en este ámbito es la Museums & Climate Change Network, formada por profesionales de museos en Estados Unidos, pero hay muchas otras que actúan a nivel más o menos local, activando distintas iniciativas, como Culture Declares en el Reino Unido, Green Arts Initiative en Escocia, o Museums for Future, que funciona de manera trasnacional entre Alemania, Suiza y Turquía.
10.- Museos para el futuro
Si uno de los retos de la adaptación climática es imaginar de un modo diferente… ¿Cómo creemos que serán los museos del futuro? ¿Qué contendrán? ¿De qué herencias ya perdidas tendrán que hacerse cargo? Esa es la premisa de Curating the Future: Museums, communities and climate change (Comisariando el futuro: museos, comunidades y cambio climático), un libro recientemente publicado por la editorial universitaria estadounidense Routledge.
A través de las aportaciones de distintos autores, explora el poder de los objetos y colecciones para involucrar a las comunidades afectadas por el cambio climático, preguntándose por ejemplo cómo podrán las generaciones del futuro permanecer en contacto con su cultura después de haber tenido que abandonar su lugar de origen. «¿Qué debería estar guardando la gente del presente para los museos de un futuro cambiado por el clima?», se pregunta, actualizando la pregunta de lo que significa estar en un museo y cuáles son los objetos y obras que pueden acceder a ese estatus.
Así, plantea la pregunta que resume tal vez toda esta cuestión: «¿Pueden los museos redirigir sus funciones fundamentales de manera que ayuden a la gente a lidiar con los monumentales desafíos emocionales, culturales y físicos que implica el cambio climático?» La tarea está pendiente y en marcha.