Etiquetas:
Las malas hierbas no son tan malas como nos han contado. Son, más bien, justo lo contrario. Tienen múltiples beneficios para el medioambiente, pero la mala fama la han cosechado por culpa de su punto fuerte, es decir, por ser plantas que crecen en (casi) cualquier lugar y que se propagan con mucha facilidad. Dos características que han hecho que, para industrias como la agrícola, sean molestas.
Alex Nogués, autor del libro Un ramo de malas hierbas (A buen paso) y gran defensor de ellas, sostiene que deberíamos cambiar ese apelativo negativo porque no se lo merecen. “Entre otros puntos, porque son una proporción muy grande de la biomasa de flores polinizadoras, de alimento para insectos y pequeños animales, de guardianes de la humedad, creadoras de sombra y un largo etcétera más. Por ello, hay que cuidarlas”. Sobre todo, en entornos más agresivos para la naturaleza como pueden ser las ciudades. En ellas, sus funciones son todavía más importantes para la biodiversidad, ya que son capaces de desarrollarse en lugares donde otras no pueden. “En la ciudad crecen en la mínima grieta, en cualquier lugar donde haya tierra. Son casi el último reducto, aparte de las que podamos plantar en los jardines públicos, para que se sostenga una vida más allá del ser humano”.
Y añade: “Insectos, pequeños animales y reptiles necesitan la presencia de estas plantas. Sobre todo los primeros, que van a prosperar siempre que haya malas hierbas. También, en el fondo, son un recordatorio de que aunque nos cueste interiorizarlo, sobre todo en las ciudades, somos naturaleza. Y que por mucho que luchemos contra ella, la naturaleza siempre va a ganar”.
Un paseo para recolectar las más comunes
Para poder ponerlas en valor, el primer paso es conocerlas y saber sus beneficios. Por ello, en Climática hemos dado un paseo ficticio con Alex Nogués por una ciudad (elige la que más te guste) para ir recolectando algunas de estas hierbas que hacen más hermosos nuestros espacios. Nos ponemos las deportivas y comenzamos.
La primera con la que nos topamos es el cardo mariano. Fácil de reconocer por su tamaño (crece más de metro y medio de altura), podría ser casi el paradigma de mala hierba: ocupa un gran espacio y encima pincha. Pero como apunta Nogués, “es un refugio para una gran cantidad de animales que hacen el ciclo protegidos por sus hojas y, a la vez, tiene una floración hiperatractiva para insectos polinizadores. También es una planta que da sombra, que protege la humedad del suelo y que va a atraer mariposas, ranas y todo lo que necesite ocultarse del sol y alimento”.
Alrededor del cardo, vemos decenas de flores rojas: como no podía ser de otra forma, se trata de las amapolas. Una planta que en el imaginario popular no ocupa esa clasificación de mala hierba. Sin embargo, como sostiene el escritor, “a la que remueves un poco la tierra, tarde o temprano va a crecer”. Y tanto para la naturaleza como para los humanos es una suerte que sea así. Para la primera, porque fabrica una gran cantidad de polen muy rico en proteínas que ayudará a asegurar la polinización, sobre todo, a abejas y abejorros. “Pero, además, estamos hablando de una planta que puede ayudarte a curar un poco irritaciones o infecciones de la garganta o relajarte gracias a su belleza. No le veo nada malo”, añade.
Los beneficios del diente de león, la malva o el plantago
Otra flor que también crece casi en cualquier lugar gracias a su fácil propagación es el diente de león. Una característica que la convierte en una imprescindible para muchísimos polinizadores. También, como apunta Nogués, es muy útil para nosotros: “Es una planta diurética, comestible al 100% y amarga que puede hacer que nos entre el apetito”.
Entre el verde que acaba de nacer esta primavera, se distingue el precioso morado de la malva. Otra planta que crece en casi cualquier lugar y que es muy resistente. “Y totalmente comestible: sus hojas, sus semillas cuando son verdes y su flor, elemento decorativo para cualquier plato. Entre sus beneficios destaca por ser una relajadora del sistema digestivo o de dolores de garganta. Una planta que está bien tener cerca para casi cualquier mal”.
En este paseo no podía faltar el plantago, la mala hierba por antonomasia que crece en todos lados. Tanto, que Nogués bromea que sus semillas se expanden a la velocidad de la luz. “Algo muy beneficioso tanto para los ecosistemas, ya que ayuda a romper los suelos compactados y tiene muchas propiedades para ellos, como para nosotros. Si nos hacemos un cataplasma rápido con sus hojas ayuda a aliviar dolores de picaduras y rozaduras”, explica.
Una invitación a rodearnos de plantas
Más allá de las citadas, las ciudades nos sorprenden con muchas más malas hierbas: la caléndula, la cerraja o el trébol blanco van a colorear cada rincón. Por ello, Nogués anima a dejar que crezcan también en nuestros jardines y terrazas y a contemplar la fuerza que tienen. “Son muy resistentes, ofrecen belleza y equilibrio con su entorno. Ha sido una semilla que ha elegido crecer allí y va a darlo todo. Es un proceso inverso a cuando compramos una planta: cuando hacemos esto, la estamos forzando de alguna manera a vivir allí. Pero una mala hierba lo ha elegido ella, por lo que va a utilizar mucho mejor sus recursos que las otras”.
Y finaliza: “Muchas de estas son espectacularmente bellas e interesantes. Además, van a crear relaciones con los animales. Aunque parezca que no, hay muchísimos en las ciudades. Todo tipo de pequeños seres que van a ir apareciendo según la naturaleza avance. Está bien que una mala hierba nos dé sus maravillas de vez en cuando. Aun así, mala hierba o no, yo siempre invito a que la gente plante: ya sea en una terracita, en un balcón o una pequeña ventana. Que se rodeen de plantas, porque eso solo te va a dar paz y alegría. No va a quitarte nada”.




