Etiquetas:
La fama del pionero de los ‘tejados verdes’ en Barcelona traspasa fronteras. Tras su aparición en The Guardian, personas de todo el mundo quieren visitar la azotea verde de Joan Carulla, también conocido como el ‘payés urbano’. Una de ellas es Jan Robin es un botánico esloveno que ha aprovechado su paso por España para acercarse a ver y conocer la historia de Carulla. Una conversación de más de una hora de vivencias y recuerdos en los distintos rincones de la casa en la que también ha participado Climática.
En una esquina del salón, entre las fotografías y premios como el ‘Joan Carulla’ de la asociación Replantem por su contribución a la agricultura urbana, se encuentra su preciada máquina de escribir Olivetti, con la que ha ido plasmando pensamientos durante sus 100 años de vida. Se trata de lo que él denomina como ‘virutas de la memoria’, que han sido recogidas en el libro Mi siglo verde (Icaria). Publicado el pasado mes de mayo, coincidiendo con el aniversario centenario de Carulla, ha contado con el buen hacer de Carlos Fresneda, corresponsal en Londres del diario El Mundo, que ya incluyó al catalán en Ecoheroes (RBA, 2020), una recopilación de más de un centenar de personalidades actuando contra la crisis climática y ambiental en todo el mundo.
Una vida marcada por el campo y la guerra
Fresneda ha separado el grano de la paja de la vida de Carulla, marcada por los bombardeos de la guerra civil española, la pobreza y éxodo de refugiados en su pueblo natal (Juneda, Lleida). Este es uno de los principales temas durante la charla, en la que también se mezclan confidencias sobre su longevidad y filosofía de vida. “Como pan y arroz integral, miel en lugar de azúcar, fruta, verdura, higos, dátiles, nueces y algún que otro fruto seco”, detalla de carrerilla. “Como productos de la tierra y de la temporada. Cuando no hay naranjas como otra fruta. Cuando no hay cerezas, como manzanas que hay todo el año o peras o plátanos”, recalca.
La alimentación es una de sus preocupaciones desde la infancia, a raíz de la enfermedad de una tía, que mejoró su salud tras visitar a un médico naturista en Barcelona. “A partir de ahí me preocupó la salud de las personas”, dice apuntando que su filosofía consiste en “tener felicidad, vivir en harmonía, sin violencias ni guerras”. “Con el polvo de las casas destruidas (de la guerra civil) me prometí hacer el máximo de bien posible a la humanidad”, agrega para explicar el concepto de ‘generador de amor’, su objetivo vital tras descartar ser cura y médico.
La recuperación de este familiar impactó profundamente al joven Carulla que empezó a devorar, con la curiosidad que lo caracteriza, cualquier publicación que hablara sobre el naturismo. “Leí libros del profesor Nicolás Capo y otros autores que tenían estos ideales y esta forma de curar a la gente a través de los alimentos”, recuerda.
“Tuve este ideal: naturista y vegetariano”. Esa convicción antes de la guerra civil española, se convirtió en una obligación. “Solo comíamos productos del campo. No teníamos dinero para comprar pescado, carne, ni nada. Crecí a base de verduras, sobre todo patata hervida”.
Un ecologista pionero
Vinculado al Centro y Cooperativa Naturista Vegetariano a finales de los años 60 del siglo XX, “llevábamos años siendo ecologistas, sin saberlo”, considera teniendo en cuenta que la Ecología “clama por la salud y la supervivencia de nuestro maltrecho planeta”.
Gran parte de los alimentos de su dieta vegetariana y frugal los obtiene de su huerto, cuyo origen se debe a su vinculación al campo desde su infancia. En Juneda aprendió el oficio de payés y de tendero, ayudaba en el campo a su abuelo con la azada y a su padre en un establecimiento de comestibles. “Una tienda muy sencilla que era un negocio familiar. Allí vendíamos de todo, incluso mercería”, rememora.
Esa experiencia “muy empírica” le sirvió de base para la puesta en marcha de su primera tienda de alimentación en Barcelona, donde emigró en 1950, con su mujer Ramoneta. “Durante muchos años, la miseria e inseguridad hicieron que la gente como yo abandonara el campo. El problema hoy es que a los agricultores les pagan precios tercermundistas. Por eso los pueblos se van vaciando y las ciudades se van apretujando, lo que no es ni económico ni ecológico”, asegura.
La añoranza del terruño le llevó a tener un primer huerto urbano en la calle Cartagena, donde abrió su primera tienda en 1953, y posteriormente en la calle Navas de Tolosa, donde la trasladó en 1960. Sin embargo, su salto a las alturas se produjo una década después con la construcción de un edificio de viviendas que le dejaron sin huerto. Eso le llevó a trasladar los cultivos a un par de terrazas y una azotea de 150 metros cuadrados. Este primer ‘tejado verde’ cuenta, además, con un innovador sistema de ahorro de agua: la captación de agua de lluvia.
Paralelamente, con mucho esfuerzo y horas de dedicación, su actividad comercial fue prosperando, llegando a ser, durante unos años, presidente del Gremio de Detallistas y Autoservicios de Barcelona y provincia donde dirige la revista de la institución en la que plasma sus conocimientos y reflexiones sobre la alimentación y el campo en una columna denominada Espigando.
Agricultura en las alturas
Antes del cambio de siglo, Carulla decidió dejar la tienda para dedicar su tiempo a los huertos situados en la terraza de su casa y la azotea de su edificio, de los que se siente orgulloso y que han visitado centenares de personas, desde escolares hasta representantes políticos.
Puerros, habas, tomates, pimientos, ciruelas, melocotones, nísperos y albaricoques, entre otros alimentos, componen este sorprendente huerto en las alturas que también sufre las consecuencias de la crisis climática. “Mi terraza se ha ido desertizando y el calor mató en 2022 ocho árboles frutales y casi todas las hortalizas”, recuerda recalcando que este año las olas de calor también han hecho mella en la cosecha.
“Los científicos no dejan de mandar alertas para que todos reaccionemos y cambiemos esta forma de vivir que está poniendo en peligro la Tierra. ¿A qué esperamos para cambiar?”, cuestiona Carulla.
La respuesta está al alcance de todos. “Dicen que solo aprovechamos el 1% de lo que podríamos cultivar en las terrazas y los balcones. Animaría a cualquiera a que tenga un mínimo de espacio en la ciudad a que inicie esta relación de amor con la tierra: lo agradecerán su estómago, sus pulmones y su estado de ánimo”, asegura.