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Este noviembre finalizará, tras cinco temporadas, Yellowstone, la serie sobre la saga familiar de los Dutton y su rancho, el más grande (en la ficción) de Estados Unidos y situado dentro del Parque Nacional del mismo nombre. Una actualización de las tramas propias del western clásico, traídas hasta la segunda década de nuestro siglo XXI; y, a su manera y de forma más consciente de lo que admite el guion, un manual sobre las guerras sobre el territorio y el extractivismo de la actualidad.
Los Dutton son una familia que lleva más de un siglo y medio acumulando tierras en Yellowstone y que las defiende por la vía civil y por la criminal. Especuladores de la ciudad que quieren construir urbanizaciones de lujo, un aeropuerto, pistas de esquí, casinos de indios que intentan expandirse para recuperar las tierras ancestrales de sus antepasados…
Kevin Costner, el último cowboy de Hollywood, es el padre de los Dutton y cuasi jefe mafioso. Luke Grimes, Kelly Reilly y Wes Bentley interpretan a sus hijos: el héroe de guerra, la mujer de negocios y el abogado. Sus enemigos envenenan el ganado, les fastidian sus bares de country o los retan a duelos.
Sin embargo, todo está más cerca de una crónica de la corrupción en los Estados Unidos contemporáneos que de las ‘pelis del oeste’ a las que a veces parece homenajear. Los vaqueros del rancho Dutton se marcan a sí mismos como reses para demostrar su lealtad, pero su vida es la de matones un poco sórdidos que cuando participan en rodeos se fastidian las vértebras.
Una rebaja de la épica que, además, se traduce en un discurso sobre el territorio. El rancho está construido sobre huesos de tribus originarias ―no es una metáfora, toda la temporada cuatro gira alrededor de eso―, pero es más respetuoso con el lugar que cualquier proyecto civilizatorio procedente de la ciudad. El cowboy es uno con su paisaje, no con la ciudad.
En parte, Yellowstone se puede leer como un producto reaccionario. La familia Dutton guarda los valores de la verdadera América, la de los cowboys, la de los ganaderos, frente a la decadente y liberal ciudad que intenta invadirlos por todas partes. Un extractivismo «bueno» frente a otro «malo». Alguno de los nuevos propietarios «californianos» a los que suelen enfrentarse los protagonistas es directamente una caricatura: se niega a permitir el paso de reses porque criar animales para comérselos le parece inmoral, pero tiene llamas en sus terrenos para poder recibir subvenciones.
La serie se salva del maniqueísmo porque John Dutton, el patriarca, es básicamente un hombre desgraciado, incapaz de comunicarse con sus hijos o de que estos lo entiendan, y que ha fracasado en su intento de crear la familia nuclear conservadora a la que aspira. También que su nuera Mónica sea una nativa americana y, por tanto, su nieto un mestizo; y que vivan, al menos en el arranque de la serie, en la reserva india vecina junto al hijo rebelde, Kacey, mostrando la exclusión, el vacío, el racismo y los abusos que aún sufre su pueblo.
Quizás el personaje más interesante es Thomas Rainwater, el principal antagonista ―que no villano ni enemigo― de los Dutton. El jefe de la mencionada reserva india, interpretado por Gil Birmingham, es un hombre práctico que, sin embargo, no renuncia a cimentar su propia leyenda de luchador contra el racismo a base de mentiras, y sus aspiraciones resultan tan idealistas como chocantes.
En la tercera temporada, tras dos tandas de episodios de jugar a especulador inmobiliario y capo del juego, muestra sus cartas, insistiendo en como los casinos son un medio para un fin: comprar a los blancos sus tierras respetando sus propias reglas, las del dinero. Rainwater representa aún más que los Dutton la oposición entre la pureza de la vida en Yellowstone y la corrupta ciudad.
Una lógica que él hace explícita ante el abogado, blanco y urbanita, que le advierte de la trampa que una nueva compañía especuladora, una que quiere «tratar la adquisición del Yellowstone como la de pozo petrolífero en Yemen» ―es decir, a tiros―, le está tendiendo. El jefe se sincera: «Un día el planeta se quitará de encima su mundo de hormigón». La forma de sobrevivir, asegura, será recuperar las prácticas tradicionales de su tribu, y él solo quiere protegerlas.
Yellowstone se encamina a su final pero ha tenido precuelas, ambientadas en los años 20 del siglo pasado o en 1883, y tendrá, al menos, una serie secuela con la segunda generación Dutton prolongando su guerra, literal, por el territorio. Mientras tanto, los hijos de Rainwater seguirán esperando su oportunidad de ajustar cuentas, aún más, con el rostro pálido.