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“Son días muy intensos de prensa, de presentaciones y que nos remueven por dentro. Además, ¿sabes qué? Me acabo de enterar de que mi vecino del primero, que iba en silla de ruedas y que nos subimos a casa la noche de la dana, ha muerto antes de que se arreglara el ascensor de nuestro edificio y tengo ahora mismo un nudo y una rabia…”. Quien habla es Rut Moyano en un audio entre Benetússer y Tokio. Analicemos la crudeza de este testimonio: el desastre agrava la vulnerabilidad de las personas y morir esperando a recuperar un ascensor en el último tramo de la vida y en una sociedad que presume de progreso es una tragedia silenciosa. ¿Solo los testigos directos son capaces de aprehenderlo y empatizar?
Rut es vecina de un pueblo valenciano afectado por las inundaciones, y durante un año no se ha quedado parada. Ha aunado a personas, puesto voz a las necesidades, monitoreado a sus vecinos y acompañado a familiares de las víctimas. También ha querido aprender escuchando a la ciencia para mejorar la resiliencia y protección de la comunidad junto a los comités locales de emergencia y reconstrucción (CLER), sin dejar de lado una rutina laboral y velar por su familia. Hace dos meses, cuando la visité en un edificio cuyo portal seguía apuntalado, me dijo que había sido un año difícil. Pero frente a su balcón alguien pintó t’estimem (te queremos) para que no decaiga su ánimo.
Rut es una líder comunitaria. Porque esta es la denominación que los investigadores de desastres acuñamos a las personas clave que, como ella, buscan la manera de sostener a sus comunidades tras la hecatombe. Las hay de muchos tipos y facetas. Hay agricultores, empresarias, profesoras o jóvenes. Hay algunos más visibles que otros. En general, ellas suelen quedar invisibilizadas. Su tarea no está ligada a los grandes presupuestos ni a las infraestructuras, en muchas ocasiones es un trabajo voluntario y altruista, pero sin su contribución la reconstrucción local no sería posible.
Me llega un correo de un colega japonés. Está especializado en desastres y comunicación del riesgo en Kyodo News, la agencia de noticias japonesa más grande del país. Juntos hemos recorrido algunos puntos de Fukushima investigando a líderes locales. Sabe que llevo un año inmersa en nuestro desastre de España. Abro el adjunto. Se trata de un reportaje sobre las inundaciones de València, un riguroso análisis de la periodista Ritsuko Kudo para una prestigiosa revista donde, sorprendentemente, me encuentro con la fotografía de Rosa Álvarez, la cara más visible de las asociaciones de víctimas de la dana.
El viaje de Rosa y de las víctimas ha llegado a la justicia, a Bruselas, y sigue imparable. Visibiliza la dignidad y la lucha por la búsqueda de respuestas. Nos pone frente a una realidad que cabe tomarse muy en serio: lo que hemos aprendido o no como sociedad tras la ferocidad de las aguas y la urgencia de saber gestionar los eventos extremos.
Son mujeres la gran mayoría de rostros que vemos encabezando la primera línea de las manifestaciones que se suceden un mes tras otro en València, con camisetas con las fotos impresas de sus seres perdidos, interpelando a las instituciones europeas para que al fin las escuchen en su país o atendiendo a los medios. Son mujeres las que habitualmente velan a los muertos, limpian lápidas o llevan flores al cementerio. Las mujeres abanderan la memoria de las víctimas. Detrás de unos pocos nombres hay muchas más. Gracias a su fortaleza se mantiene la esperanza.
No es una oda a la mujer en la reconstrucción. Es un reconocimiento a todas las mujeres de los pueblos afectados con las que he tenido la oportunidad de sentarme este último año y han tenido a bien compartir su experiencia para que extraigamos aprendizajes e insertemos mejoras preventivas ante las emergencias en València: son amigas y familiares afectadas, son responsables de residencias y centros de día, son doctoras y enfermeras, alcaldesas y concejalas, técnicas y funcionarias locales, maestras y directoras, panaderas, periodistas, azafatas, diseñadoras, migrantes, académicas, psicólogas, jóvenes, mayores, madres, hijas, ciudadanas…
Lo más difícil en una reconstrucción es ver cómo avanza de a pocos. Ser testigo directo de un incómodo proceso que has visto surgir, pero del que solo ves la punta del iceberg. Hay cansancio y frustración a medida que el tiempo corre. Hay labios apretados y miradas vidriosas. Hay desconfianza y desgaste porque las cosas no están marchando como una quisiera y las trabas se amontonan después del ingente esfuerzo. Pero también hay avances que alegran el día y muchas ganas de seguir haciendo pueblo porque sin ellas no se sostiene la reconstrucción.




