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Este rincón de Climática suele celebrar la increíble diversidad de la naturaleza. Aquí hemos hablado de una flor que aprendió a esconderse de los humanos, un mamífero con más de 150.000 pelos por cada centímetro cuadrado de piel o un ave que sueña con ser una caña más de los humedales. Pero hoy el Muy especiales nos va a servir para otra de esas cosas que nos gusta hacer: dar voz a quienes no la tienen.
El pasado fin de semana, Galicia se hizo oír por mar y tierra para protestar contra la instalación de la macrocelulosa de Altri y Greenalia en el río Ulla, una fábrica que tendría un gran impacto en el entorno y en los modos de vida de miles de personas, no solo en las tierras que baña el Ulla, sino también en la ría de Arousa, donde desemboca el río. Unas 50.000 personas, según la organización, y unas 20.000, según la Policía Local, además de 600 barcos tocaron bocinas, mostraron pancartas y gritaron consignas contra el proyecto y la Xunta de Galicia.
Pero en la manifestación faltaban las voces de los misteriosos cormoranes moñudos, las ruidosas pardelas o los diminutos paíños. Tampoco estaban los delfines mulares ni las tintoreras, los hongos endémicos de la isla de Cortegada ni las especies de matorral únicas de la sierra de Careón. No estaban y no gritaron. No protestaron contra la macrocelulosa ni contra el Gobierno autonómico que está abriendo las puertas al proyecto industrial, pero eso no significa que no vayan a sufrir las consecuencias. Todavía no lo saben, pero su mundo podría estar a punto de cambiar para siempre.
Para funcionar, la fábrica necesitará 46 millones de litros de agua al día, de los cuales 30 millones volverán al río con una elevada carga orgánica y a 27 °C. También reforzará un modelo productivo específico para los montes basado en la plantación de eucaliptos, que ejerce una enorme presión sobre los bosques autóctonos. Y emitirá multitud de contaminantes al aire. La actividad de la macrocelulosa afectaría a tres espacios de la Red Natura 2000 situados en su entorno: las zonas de especial conservación (ZEC) de la sierra de Careón, el sistema fluvial Ulla-Deza y los alcornocales del río Arnego.
En estos espacios crecen especies únicas como el ciervo volante o vacaloura, la salamandra rabilarga (endémica del noroeste de la península Ibérica) o el desmán ibérico (una especie de topo acuático endémica del norte peninsular). Hay, incluso, algunos endemismos muy locales, especies únicas que solo existen en un pequeño rincón del mundo como Santolina melidensis, Armeria merinoi e Leucanthemum gallaecicum. Solo en el ámbito del proyecto hay registradas más de 140 especies de aves, de las cuales cuatro están incluidas en el Catálogo Galego de Especies Ameazadas y seis en el Catálogo Español de Especies Amenazadas (según Greenpeace).
Río abajo, las aguas vertidas por la celulosa llegarían a la ría de Arousa, donde las primeras en saludarlas serían Cortegada y las Malveiras, parte del Parque Nacional Illas Atlánticas. Además de ser un lugar único de intercambio entre la fauna terrestre, la fluvial y la marítima, es uno de los lugares de mayor riqueza micológica de Galicia, con más de 800 especies de hongos, varias de ellas también endémicas. Más allá del archipiélago se extiende el gran estuario de la ría de Arousa, en el que hay islotes protegidos como Areoso, humedales de la lista Ramsar como el complejo intermareal Umia-Grove (paraíso de garzas, espátulas y decenas de especies de aves limícolas) y cientos de refugios de granito, fango y arena para todo tipo de seres marinos.
La lista podría seguir hasta el infinito, más aún si incluimos en ella a visitantes más ocasionales como las orcas o los frailecillos. Ninguno de ellos tiene voz (ni mucho menos voto), pero su hábitat y su forma de vida también están en juego.




